Hoy, no sé por qué ni sé con qué intención, mi mente, mi subconsciente en este caso, me hizo recordar a la chica que, afortunadamente, alguna que otra mañana Granada me mostró. Allí, ella, linda y hermosa, esperaba el autobús número ocho camino del centro. Yo, nada más salir de mi residencia, esperaba encontrarme a la simpática morena de treintena edad con la que conseguía sonreír y conectar más de las miradas que yo nunca pude haber imaginado. A pesar de ello, de los veinte minutos que tardaba el trayecto desde nuestra parada hasta que yo me bajaba, y de lo mucho que lo deseábamos, nunca fuimos capaces de intercambiar un cordial saludo.
Domingo Campos Migueles
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