
Comenzó contigo, mirándote a los ojos. Llegaron mi mamá, mi papá y mi hermano para cantarme y darme mis regalos. Y hubo caras sonrojadas, continuando acto seguido una conversación que jamás olvidaré.
Más tarde, tocó dormir. Descansé placenteramente. Y al levantarme, recibí la llamada de mis abuelos para felicitarme y decirme que tenía un regalo muy lindo: mis tres pitufos, que son mis soles, venían del pueblo a comer. Fue verlos y mi cara de alegría fue así como la sonrisa de `El gato con botas´, grande y gatuna.
Soplé las velas, comimos una tarta de bizcocho con chocolate muy sabrosa y pedí mi deseo. Jugué con ellos, les vi reír, te vi reír y me llenasteis de vida.
Una vez marchada la familia, vinieron mis dos mejores amigos. Me sentí... como diría, como en familia, así que retiro lo anterior. La familia no se había ido, sino que vinieron otros familiares.
Y el círculo se cerró, se llegó a las doce del día siguiente, y mi mirada estaba clavada en la tuya.
Tu sonrisa y tus ojos... son mi mejor regalo.
Domingo Campos Migueles